Reunión con el Dr Barañao
En el curso de esta semana tendremos una entrevista con el Ministro de CyT, Dr Lino Barañao. El objetivo de la reunión es conocer las acciones futuras del Ministerio en algunos temas particulares, así como acerca de los ejes directrices de las políticas a implementar en CyT, entre otras cosas. El detalle de los puntos a tratar los difundimos entre el 5 y 6 de febrero de 2008 en un mail titulado "Políticas CyT - Ministro Barañao".
DOS OPINIONES
Difundimos dos artículos en los cuales se analizan distintos aspectos de políticas en Ciencia y Tecnología.
Uno de ellos, "Una política científica integral", fue publicado en el diario Página/12 del 04-03-08. Su autora es la Dra Susana Murillo, investigadora del área de Ciencias Sociales.
El otro artículo, "Ciencia, Educación y Comunidad", nos ha sido enviado por el Dr Edgardo Aníbal Disalvo, investigador del área de Ciencias Biológicas.
A continuación, el artículo:
"Una política científica integral"
por Susana Murillo (ver abajo)
La creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva es una saludable iniciativa. También lo es la afirmación de su titular respecto de la necesidad de que los científicos asuman su compromiso social. No obstante, es menester no olvidar que Argentina tiene una historia de profundos dolores padecidos por científicos de diversas disciplinas, como consecuencia de haber sostenido tal responsabilidad. Pero el compromiso no termina en los investigadores; es necesario que todos los ciudadanos nos involucremos. La ciencia y la tecnología nos afectan a todos.
Argentina requiere una política integral de investigación científica y gestión tecnológica, ya que de ello se trata el ministerio creado. La estructura de una política en este campo no puede reducirse a la existencia de avances en algunas áreas de investigación, a problemas de financiamiento o a la crítica a supuestos errores metodológicos de algunos científicos.
Lo fundamental es, primero, la presencia de un diagnóstico integral acerca del potencial científico, su relación con el desarrollo tecnológico y el de éste con las necesidades reales de la población. Segundo, es necesario establecer objetivos claros que articulen aspectos jurídicos, educativos, económicos, culturales, ambientales, éticos; en suma, sólo puede haber política científica si el equipo a cargo tiene conciencia de que la política es una actividad social y que lo social supone la construcción de un lazo de integración. Tercero, es menester explicitar objetivos claros relativos a la articulación estratégica a nivel geopolítico.
No es posible pensar políticas independientes de alianzas estratégicas, lo contrario supone la subordinación incondicional a los poderosos de la tierra. El lugar de Argentina en la región depende en buena medida de su política científica. Surgen entonces preguntas: ¿cómo?, ¿con quiénes y con qué objetivos se aliará Argentina en este aspecto?, ¿o no lo hará y se subordinará al orden hegemónico? La respuesta a estos y otros interrogantes es necesaria para no reemplazar la política por la gestión –estrategia neoliberal– que reduce cualquier ministerio –más allá de la voluntad individual que suele ser arrastrada por la fuerza de las cosas– a un destacamento de la voluntad de empresas transnacionales que no han demostrado ser protectoras del medio ambiente, la salud, la justicia o la calidad de vida humana.
En lo referente al valor del conocimiento científico me atrevo a disentir con cualquier enunciado que afirme que es necesario “colocar al país como contribuyente al avance del conocimiento universal”. A poco que se revise la bibliografía y documentos internacionales se encuentra que la ciencia ha dejado de ser patrimonio de la humanidad –si es que lo fue alguna vez–. Todo indica que desde hace varias décadas el esquema de política científico-tecnológica dominante consiste en que la demanda del mercado –empresas transnacionales– condiciona las líneas de desarrollo tecnológico y éstas, los avances en investigación aplicada y básica. Los laboratorios públicos suelen desarrollar investigaciones de alto costo que luego son utilizadas por grandes empresas en la faz de desarrollo tecnológico, cuyo resultado es la producción de mercancías.
A menudo, los grandes consorcios articulan alianzas estratégicas destinadas a investigaciones científicas en la etapa precompetitiva. Sostener hoy que la ciencia es patrimonio de la humanidad es no ver el rol geopolítico que tiene. Es no reconocer el lugar que cumple en la constitución de la calidad y cantidad de población trabajadora requerida –y expulsada– a nivel mundial. Es olvidar su rol en la profundización de la brecha entre los países llamados “desarrollados” y los denominados “emergentes”. La ciencia no es “patrimonio de la humanidad”, es el insumo fundamental del paradigma sociotécnico hegemónico, que tiende a aumentar la pobreza y la desigualdad entre países y entre sectores dentro de un mismo país.
El financiamiento no puede ser resuelto por entidades internacionales como el BID, pues ello cuestiona la posibilidad de una estrategia que apunte a un desarrollo endógeno con miras al bienestar de la población y a la alineación estratégica del país en la región.
Con respecto a la estructura de los proyectos, es menester analizar su pertinencia a partir de la articulación integral arriba aludida; es urgente abandonar métodos de evaluación fundándose en la cantidad de papers producidos o en la edad de los investigadores, ello comporta una simplificación característica del proceso de privatización y mercantilización de la ciencia ocurrido en los últimos decenios, cambio que llevó a “medir” la eficacia científica en función de una serie de dudosos indicadores. Hay abundante bibliografía y documentación internacional que muestran lo falaz de estas mediciones, impulsadas por organismos internacionales para propiciar un cambio en las políticas científicas y en su relación con la sociedad. Mutación que, a nivel mundial, ha transformado las políticas de los llamados “países emergentes” en una mera gestión que los ha subordinado a un orden internacional que produce día a día pobreza, destrucción del medio ambiente y muerte.
En lo concerniente a las cuestiones de metodología, tal como lo han señalado destacados investigadores, ellas han sido objeto de antiguos debates y no resulta plausible sostener un criterio de legitimación de los enunciados científicos basado en la pura “verificación empírica”, que ni aun los más encumbrados investigadores positivistas del siglo XIX aceptaron –para ello basta leer algunas tesis de egresados de la UBA en ese período–.
Sobre el lugar de la ciencias sociales, estimo necesario superar un análisis somero basado en sus métodos; por el contrario, es menester reflexionar sobre el hecho –no carente de antecedentes históricos– de que, partiendo de definiciones metodológicas que reducen el saber a la “pura empiria”, se somete la tarea de estas ciencias a un “análisis de casos” o a la formación de “técnicos” y se olvida la importancia de la elaboración estratégica de teorías, por complejas que ellas puedan resultar. Al fin de cuentas, lo humano es profundamente complejo. Definiciones en materia de política científica es lo que nuestro país requiere.
Autora: Susana Murillo: Doctora en Ciencias Sociales, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Contacto con la autora: smurillo@fibertel.com.ar .
Para ver artículo en la web, click en: http://www.pagina12.com.ar
A continuación, el artículo:
"Ciencia, Educación y Comunidad"
por Edgardo Aníbal Disalvo (ver abajo)
Ha tenido gran y favorable repercusión la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, sobre la base de la anterior Secretaria de Ciencia y Técnica. Es poco lo que ya se puede agregar de positivo a lo que ya se ha dicho sobre esta resolución. Sin embargo, a pesar de lógica y oportuna, no debemos dejar de señalar que ésta medida viene con, por lo menos, 40 o 50 años de atraso. En efecto, muchos países dieron mucho antes a la ciencia la prioridad y la jerarquización en sus niveles de resolución y acción, desprendiéndose del estéril debate si es cara, si debe reservarse a países desarrollados o si se debe hacer ciencia básica o aplicada.
La división del conocimiento en ciencias duras y ciencias humanísticas o sociales es un punto débil en la formación de nuestros ciudadanos. No resolver esta divergencia o ahondarla es dar cabida a la fragmentación con el riesgo de perder el horizonte de para qué educamos, para qué hacemos ciencia y para qué formamos profesionales. Y aquí es donde la creación del Ministerio abre un interrogante. Este nuevo organigrama del gobierno ¿ cerrará la brecha o por el contrario la profundizará ?. Como ya hemos dicho la creación, aquí novedosa, ya es cotidiana y consolidada en otros países (sin distinguir del primer mundo de otros en esta materia).
Hoy el debate pasa por cómo proyectar la ciencia a la sociedad por caminos o ligazones que trascienden y superan aquellos solamente vinculados al aparato productivo o al bienestar general. Si definimos ciencia como todo conocimiento que da lugar a lo que sirve, en el sentido positivo, restringimos su validez a la de sus resultados. Dentro de esta definición, aun cuando se decida que la ciencia básica es fundamental, lo estamos haciendo dentro de la proyección de la ciencia a lo que puede servir o surgir después como beneficio. En otras palabras, tenemos siempre adelante el concepto de ciencia utilitaria o sea la que puede dar una utilidad. Y esta utilidad, en general, se la mide por los rendimientos en términos económicos.
Más aun, con este concepto la formación de recursos humanos en ciencia implica también la formación de recursos que pueden volcarse a la producción de profesionales para la industria y la salud. Es decir, creamos a través de la ciencia recursos materiales y humanos que entran en la rueda económica. Sin embargo, hay un destino no explicitado de la ciencia que es su capacidad como herramienta en la educación del ciudadano común. La creación del ministerio genera en este sentido una paradoja.
Hoy la discusión no pasa por los beneficios de la ciencia en la cadena productiva o más aun en el bienestar ya sea de vacunas, alimentos, confort, transporte, energía etc. etc., sino en como la actitud científica se puede inculcar en la educación del ser humano. Cuando primeramente ciencia y educación compartían el mismo ministerio pasaba inadvertido este debate o por lo menos no afloraba la división. Hoy por hoy, sin que por eso se piense que antes este problema estaba resuelto, la división de los dos ministerios llama la atención, sin ser alarmista, de una fragmentación que podría tener que corregirse dentro de otros cincuenta años.
La problemática actual de la ciencia no es ya como brazo de la producción económica. La búsqueda del conocimiento en sistemas complejos, desde materiales a biológicos, abarcando el ser humano, el medio ambiente y la sociedad ha generado espacios de intercalación de las ciencias humanas y las ciencias duras (cuando en realidad son todas humanas). La percepción del mundo tanto emocional como racional hace converger a la ciencia con otras expresiones del ser humano esenciales para su formación integral y felicidad.
Ningún científico puede decir que es totalmente ajeno a las emociones. No sólo salta de alegría cuando se confirma una teoría o un experimento le sale bien, o se deprime cuando entiende que está equivocado. Sino que emocionalmente es algo conductivista. Posee dogmas en su proceder producto de su propia educación científica y también emocional. A medida que nos movemos a las ciencias menos exactas, es decir aquellas en las cuales no podemos expresar los hechos físico-químico-biológicos por fórmulas matemáticas más o menos complejas, nos desplazamos a un mundo más discutible o como dirían los físicos más incierto o más cotidiano como diría un ciudadano común.
No obstante, la incertidumbre surge del caos producido por tratar de aplicar leyes simples a un universo complejo. Dentro de esa complejidad está la visualización que de él tienen en diferentes entornos, jóvenes, adultos y viejos cada uno de ellos con su carga emocional y experiencia personal. Así, cuando educamos a un changuito del Chaco o a un joven de Capital las percepciones nutren el posible adelanto o no de su formación. A juzgar por la física moderna, la realidad no es independiente de los sentidos. En consecuencia, la pretensión de alcanzarla ha quedado anticuada por la misma ciencia.
Si esto es así, la ciencia no está tan alejada de otras actividades creativas del ser humano. El concepto de “mundo real externo” que utilizamos frecuentemente en nuestra vida cotidiana, descansa, según Einstein, en las impresiones de nuestros sentidos. Si todo conocimiento de la realidad empieza y termina en la experiencia, la experiencia cotidiana, nuestras vivencias, no pueden quedar afuera en la integración de las ciencias en la educación.
En la actualidad, el país en su conjunto está en emergencia educativa grave, dado que muchos sectores de la sociedad se encuentran postergados como consecuencias de las crisis socioeconómicas recientes. En este contexto, la educación en ciencia no puede partir del supuesto que se dirigirá a sectores cuyo único problema es la falta de conocimientos o actualización de los mismos.
La educación en ciencias no pasa solamente por plantear aspectos relativos a la vinculación de la ciencia con el aparato tecnológico, los recursos informáticos o incentivar el interés por la ciencia por una cuestión meramente de actualización.
La educación en ciencia debe entonces planificarse como un instrumento idóneo dirigido a sectores de la sociedad, mayormente jóvenes, con necesidades especiales que dentro del contexto de la emergencia educativa, incluye a un altísimo porcentaje de la población.
Como científicos hemos tenido la oportunidad de recorrer un camino de avanzada. Por lo tanto es nuestra obligación, luego de lograr nuestros objetivos, generalmente en una universidad libre y gratuita, de proyectar esas experiencias a la sociedad. Y la proyección no pasa en abrir los laboratorios para que el ciudadano común vea lo que están haciendo los científicos locos. Sino más bien tratar de percibir la realidad cotidiana del chango o del capitalino con ojos de científico, completo, formado en ciencias humanas y en ciencias exactas.
La creación del ministerio es elogiable. Sin embargo, no perdamos de vista que el Ministerio de Educación y el de Ciencias deben buscar nexos comunes, lo que nos pondría en la vanguardia de los hechos.
Autor: Dr Edgardo Aníbal Disalvo - Biofísico, Profesor Asociado Farmacia y Bioquímica, UBA - Investigador Principal del
CONICET, Miembro Ad Hoc Comisión de Enseñanza de las Ciencias, Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Contacto con el autor: eadisal@yahoo.com.ar .